Pedro Claver Téllez descansa en el periodismo

Gran cronista. Pasó la vida siguiendo el rastro de los principales bandoleros del siglo XX; vivió de ciudad en ciudad, de hotel en hotel y de idilio en idilio, hasta caer en la calle y murió a los 81 años. Su obra es única y admirable.

Por GONZALO GUILLÉN


 El conocido escritor y periodista colombiano Pedro Badrán Lorduy acudió a cierto hotel del centro de Bogotá con la intención de ausentarse del mundo por varios días para escribir en silencio y con calma.

 —¿Profesión? —preguntó el hombre del vestíbulo con el libro de registro de huéspedes abierto y un bolígrafo en la mano.

 —Escritor— notificó Pedro con orgullo y su equipaje al pie para pasar a confinarse en una habitación.

 —¿Escritor?

 —Sí, escritor.

 —Lo siento, no podemos recibirlo en este hotel.

 —¡Por qué! —protestó Pedro.

 —Porque aquí estuvo viviendo un escritor y se fue sin pagar.

 —¿Cómo se llamaba?

 —Solamente recuerdo que tenía nombre de hospital —resolvió con inquina el hombre del hotel.

 —¿Palermo, Marly, Hortúa, San José, San Ignacio, Santa Fe, Country? —se burló Pedro.

 —Ninguno de esos, se llamaba Pedro Claver, como la clínica San Pedro Claver, del Seguro Social.

 Pedro Claver Téllez, periodista y escritor, nació en 1941 y vivió por toda Colombia en hoteles de malas y buenas pulgas, siguiendo los rastros de historias de bandidos liberales, conservadores y comunistas. De vez en cuando, sí, se fue sin pagar porque no tenía con qué y solo así conseguía evitar que siguieran creciendo las deudas por concepto de hospedaje. Prefería irse a adquirir nuevas.

 Nos conocimos en 1983, en el hotel El Prado, de Barranquilla. Él estaba anclado ahí para cubrir una soporífera asamblea de la Federación de Comerciantes. Lo había inviado desde Bogotá su jefe de ese momento, Fernando Garavito, director de la extinta  revista Cromos. Yo, por mi parte, me hallaba alojado allí a la espera de un incierto vuelo de avioneta que debería llevarme a Turbo —ya en ese tiempo una caldera del paramilitarismo del Urabá— y desde aquel lugar internarme, aguas arriba del río Atrato, en las selvas del Chocó, para investigar a fondo sobre la depredación del bosque nativo y el tráfico de maderas. Nos presentó un periodista especializado en temas económicos al que sus colegas llamaban “Camión”.

 Pedro tenía un vozarrón de locutor de películas de terror. Estatura mediana, tez clara de género español, barba de profeta apocalíptico y nariz curvada. Bastó con que cualquiera de los dos mencionara a algún bandido del que habíamos tenido noticia y se nos fueron la noche y el amanecer hablando de todos los que recordábamos haber investigado alguna vez. Pedro —mucho mayor que yo—era el único del país que conocía la vida y obra de todos los malhechores notables del siglo XX. Sus preferidos eran los esmeralderos de Boyacá y los bandoleros liberales de los años cincuenta y sesenta. Solía ocurrirle que en tertulias de bares y cantinas se le aparecían sin buscarlos más bandidos o conocedores de ellos que desde las mesas contiguas lo oían hablar, se le acercaban, le brindaban otra botella y le contaban una historia nueva o el pedazo de alguna que solamente conocía a medias.

 “Charro Negro” (comunista), “Chispas” (liberal), Sangre Negra” (liberal), “Desquite” (liberal), “Tirofijo” (liberal y luego comunista), “Ganso Ariza” (conservador), “Pedro Brincos” (comunista), “Capitán Veneno” (comunista), “Tarzán” (liberal), “Punto Rojo” (liberal), “Zarpazo” (conservador), “Pájaro Azul” (conservador), “Colmillo” (conservador), General Vencedor” (conservador), “Peligro” (conservador), “Tres Espadas” (conservador), “La Hiena” (conservador), “General Mariachi” (liberal), “Siete Colores” (conservador)… Pedro Claver platicaba sobre todos ellos con tanta precisión y entusiasmo como si hubieran sido sus compañeros de escuela. Aunque el bandido predilecto de Pedro siempre fue Efraín González, conservador a muerte y malhechor brutal y fantástico, devoto de la virgen de Chiquinquirá, “patrona de Colombia” y eternamente protegido por los curas dominicos (le prestaban sotanas para encubrirse) que regentan la basílica de esa deidad mitológica. Solía amarrar un escapulario de esa virgen al cañón de su fusil y hacer que, de rodillas, lo besaran los enemigos a los que lograba doblegar. Enseguida los asesinaba.

 El interés especial de Pedro Claver por Efraín Gonzáles —a quien nunca conoció— brotó cuando en sus investigaciones descubrió que era pariente suyo, aun cuando su linaje Téllez era liberal.

 Magnífico cronista y discípulo consagrado de la corriente norteamericana de los años 60 (con Truman Capote, Norman Miller, Joan Didion, Tom Wolf y algunos más a la cabeza) que se llamó Nuevo Peridismo; plataforma, a su turno, de otro movimiento, este latinoamericano, en el que descollaron Alma Guillermo Prieto, Germán Castro Caycedo, Daniel Samper Pizano, Tomás Eloy Martínez, Juan José Hoyos, Alegre Levy o Mario Vargas Llosa. Pedro Claver se remojaba encantado en esos manantiales.

 Nació en Jesús María, Santander, en 1941, durante la guerra civil en la que se mataban, como gallos de pelea, liberales y conservadores. Siendo niño, huyó en familia del pueblo en llamas en un camión, con treguas angustiosas en poblaciones que mantenían afilados los machetes, los cuchillos y las hachas y cargadas las escopetas para ir a matar a los enemigos políticos. Al final, se estableció en Bogotá. Quiso ser ciclista profesional y progresó en ese empeño hasta cuando un porrazo le mató las ilusiones deportivas. Las lecturas nocturnas en voz alta de El Quijote que acostumbraba hacerle su padre le despertaron en la niñez atracción por el idioma y ardor por las aventuras. No tardó en comenzar su peregrinaje por periódicos, revistas y agencias de noticias y en ir de ciudad en ciudad, de hotel en hotel y de mujer en mujer. Nunca echó raíces ni organizó su vejez y al llegar a ella los hoteles a los que podía entrar eran cada vez más misérrimos, aun así muchas veces carecía con qué pagar una noche barata de posada con cama limpia y debía dormir en la calle. Los pocos libros que le quedaban y un computador, que luego le robaron, los cargaba en un morral, con algunas mudas de ropa.

 Algunos amigos nos encargamos muchas noches de completarle lo del hotel; otros le conseguían muy de vez en cuando pequeños contratos para dictar talleres de redacción en bibliotecas y municipios donde había uno que otro funcionario que conocía su obra.

 La obra de Pedro Claver es única y yo quiero decir que prodigiosa. Está dispersa en sellos editoriales que se olvidaron de él y hoy solo hay ejemplares para la venta en el comercio de libros viejos. De un par de sus obras no quedan ni los ejemplares que estaban guardados para la posteridad en la Biblioteca Nacional porque se los robaron.

 De sus diversas convivencias de pareja quedaron algunos hijos a los que siempre se negó a referirse y con los cuales no tenía contacto.

 Después de muchos años de no vernos, Pedro Claver me llamó una tarde para contarme que le habían robado los pocos libros que cargaba, el computador, la ropa y el cepillo de dientes. Estaba en la calle.

 Tuve cómo reponerle esos pocos bienes, excepto la computadora pero esta se la restableció el periodista Alberto Saldarriaga. Le procuré con qué pagar varias noches en un hotel de pocas pulgas del centro de Bogotá, comencé a frecuentarlo, a volver a reunirme con él en los viejos cafés para conversar sin parar sobre bandidos. Era un narrador fascinante. De manera que le pedí el favor a la productora de cine Linithd Aparicio Blackburn de que dispusiera un equipo de video para recoger en mi casa el testimonio de vida que Pedro Claver aceptó darme. Fueron varias horas de grabación con la cámara de la realizadora Simona Delgado, las cuales quedaron guardadas.

 Años después, el 18 de octubre de 2022, llegó la noticia de la muerte de Pedro Claver, ocurrida en un hospital de Bogotá. Tenía 81 años. Había aguantado todo el encierro de la pandemia sin un centavo en el bolsillo y trató de levantarse, esta vez sin alientos y prácticamente sordo. Linithd desempolvó el gran relato, lo revisó muchas veces con el mejor montajista de su equipo —Jhonan Cardona Melo— y en un esmerado proceso de producción, investigación de apoyo y musicalización, creó la pieza, graficada por “Ruda”, que este 1 de mayo estrenarán La Nueva Prensa Calle Luna Producciones. Se llama “Pedro Claver Téllez descansa en el periodismo”.

Véanla, es una joya.


*GONZALO GUILLÉN

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