Tour por recovecos de Mérida, con espíritu de carajito… (dedicado a Karmenza, del Bajo Orinoco…)

José Sant Roz*

1- Como profesor jubilado en estos tiempos, mis únicos quehaceres son: arrancar monte en una casa deshabitada, dar vueltas por La Parroquia a dos kilómetros de mi casa, tomarme (cuando el bolsillo se permite algunos lujos), un agua de coco que actualmente se vende a 25 bolívares (en otros puestos a un dólar); oír el canto de los pajaritos que llegan a la ventana de la cocina donde mi esposa y yo les ponemos cambures. O también coger la buseta que hace la ruta del Sector F y llegar hasta el centro para entretener la mente y el alma, internándome en el paisanaje humano de sus faenas diarias.

Cuando la cordialidad del corazón lo permite, me embuto en mi chinchorro de moriche, me pongo a revisar libros, docenas de veces consultados en mis cientos de vidas pasadas, para ver si encuentro algo que me enganche… Tengo en mente desarrollar un descubrimiento que me ha inspirado un canto de los negros de la costa cartaginesa sobre los HOMBRES DE GARNACHA, pero necesito que las ideas se aceren muy bien, para poder desarrollarlas.

2- Hay almas piadosas (como esa amiga Karmenza, paisana de Piar) que desde allá lejos, desde ese norte enemigo y perverso, me lanzan un salvavidas para ir sobrellevando mis luchas. Ayudas para estas cruces y cargas, porque los gringos llevan más de diez años poniéndolas bien negras. Hoy sábado (22-6), he cogido la buseta del Sector F, frente a La Floresta, para llegarme hasta el centro. Pago 12 bolívares, un pasaje que lleva tres meses manteniéndose a Dios gracias. Hay un muchacho colector en estos buses que va en el pescante recogiendo los pagos en billetes, en cada parada salta a tierra para recibir a los pasajeros, incluso, antes de detenerse la unidad, da un salto y se cuelga de la puerta. A veces, por andar con estas maromas, el chofer los deja en alguna parada hasta que se oyen gritos de los pasajeros para que se detenga. Entonces a lo lejos se ve al colector corriendo como un galgo para alcanzar la buseta. Pues hoy, voy entretenido viendo el paisaje. Me gusta ubicarme en los asientos cercanos a la “cocina”. Hay pasajeros que hacen el pago por celular, pasándoles luego el colector revista.

3- Hoy sábado, ya a las 9:30 de la mañana hace un sol endemoniado, quemante. Por aquí por los andes el sol escama más que en los llanos. Voy con mi sombrero de ala ancha, un sombrero que encontré en un depósito de cachivaches, dejado por el viento de las migraciones. Puedo decir, que he sido el hombre que más ha perdido gorras, sombreros y bordones en este mundo, dejados en estas busetas, en negocios o mercados, parques y plazas. También he perdido morrales y celulares, por dejarme embobar por dioses o demonios. Ahora me amarro al hombro, a la cintura o al cuello lo que llevo, aunque uno nunca sabe lo que está escrito para ese día en el cosmos.

4- Hoy sábado, digo, me apeo en el Edificio El Alba, y desde allí, por la Avenida Tres, comienza el descenso hacia Glorias Patrias. Todo llama mi atención, los comercios que han cerrado, los tarantines nuevos. Por cierto, a un costado de El Alba se ha instalado un chichero que da voces anunciando sus ofertas. ¡A mí, que tanto me gusta la chicha! Veo los precios, de acuerdo a las dimensiones de los vasos, pequeños, medianos y largos. El largo cuesta 80 bolívares. La gente pasa y nadie se detiene, y el chichero no deja de gritar. Yo tampoco me detengo, ese es un gustazo que dejé hace tiempo de lado.

5- En las últimas semanas estamos reduciendo el consumo de arepas y del pan de trigo. El pan que estamos consumiendo es casabe, por cierto, un casabe que traen de Cumaná. La torta de casabe la conseguimos (en el Puente La Pedregosa) a un dólar. Son tremendas tortas que nos duran una semana. Hasta hace poco nos estábamos defendiendo con cambur verde sancochado, con el cual incluso podemos hacer o sencillamente sancochado sirve hasta como sustituto del arroz.
6- Me detengo frente a La Plaza El Llano y me asomó a la Panadería que administraba José Luis Moreno, el hijo de Chuy Moreno, quien fue muy amigo mío por allá, hasta en el 2004, hace unos veinte años. Desde entonces no lo volví a ver más. A lo mejor la política lo distanció de mí. Su padre, don Chuy, y él mismo, eran furibundos y radicales izquierdistas durante los setenta, ochenta y noventa. Don Chuy Moreno, que era uno de los magnates de Mérida, llegó a apoyar financieramente a José Vicente Rangel cuando éste fue candidato a la Presidencia. Don Chuy venía de abajo, de muchacho fue limpiabotas, conchabado y jardinero. Me asomo a la panadería de José Luis y la veo desolada.

7- Veo en La Plaza El Llano gente haciendo cola ante una de esas encavas convertidas en farmacias ambulantes “Fénix”. En estas farmacias el pueblo se ahorra unos realitos. Hay que ver cómo la gente consume medicinas, y llega a gastar en ella más que en la propia comida. Hoy abundan como nunca las farmacias. En el centro deben haber más de cincuenta. Estos también son males modernos, como el propio apego a los celulares.

8- Sigo descendiendo. Todavía hay gente que no sale a la calle sin su tapaboca. Algo que también ha proliferado en Mérida son los puestos con ventas de comida árabe, y también muchos comercios árabes ofreciendo productos alimenticios traídos de Siria o Turquía. La red de abastos “Sujer” es impresionante y siempre están abarrotados de gente. Uno no se explica de dónde saca dinero la gente para atestar estos locales, en un país que hasta hace poco, apenas unos cinco años atrás, estaba comercialmente destartalado. Nada, absolutamente nada se conseguía: ni harina pan o de trigo, toallas sanitarias, medicinas de ningún tipo, ni papel tualé, ni azúcar, huevos, queso o leche, carne… No se diga repuestos para carros. Yo recuerdo que tenía un carrito al que un día la batería dio el tiro. Saqué la batería en la Residencia Trigales donde vivo y me la eché al hombro. Caminé un kilómetro con ella hasta la Duncan, y allí hice una cola de dos días para ver si la reparaba o compraba una nueva. El país estaba por los suelos con las sanciones y el bloqueo. Fue algo realmente impresionante el que no colapsara la nación o se desintegrara en mil pedazos.

9- Sigo descendiendo y me meto en la venta de libros usados del profesor Zinetar. Me voy a la sección de libros sobre Venezuela. Cuántas obras ante mis ojos que conozco como las palmas de mis manos. Me encuentro un libro, muy bien editado con papel glassé, denso, que trata sobre las actividades comunistas en Venezuela en el año 1936, y que parece editado en Estados Unidos. Lo hojeo y encuentro allí unas rarezas de cartas de Rómulo Betancourt y Mariano Picón Salas, mucho material interesante. Me interesa este libro y se lo llevo al muchacho que atiende para saber su precio. El muchacho me dice que espere un momento y comienza a investigar su valor en la red. Entretanto yo sigo revisando la obra. Me interesa, cuánto deseo leerla… el muchacho me dice el precio: “-Bueno, ese libro realmente cuesta 250 dólares en el mercado. Yo puedo dejárselo en 50, o mejor dicho, por ser usted, en 40, lo mínimo”. Yo le calculé un precio máximo de 10 dólares que los hubiera pagado con harto sacrificio. ¡Imposible adquirirlo! Aunque el muchacho me sugería que la fuera pagando por partes, que él me lo apartaría. Yo me siento de veras triste, le digo que la cosa está muy fea, que no estamos para esos desembolsos. El muchacho desearía ayudarme… Me despido. Dejo saludos para Zinetar.

10- Y voy pensando en los cientos o quizás miles de libros excelentes que yo he regalado a librerías y bibliotecas sin recibir un centavo. Que pude haberle traído a este muchacho unos diez de esos que he estado descartando, excelentes, por ese que me interesaba. Pero así es la vida. sigo pensando que tengo que ver como lo compro, o me pongo a leerlo a ratos en la propia librería, y allí mismo tomar notas. Le cuento a mi esposa esta desalentadora historia y ella me dice: “-Es lo malo de ponerse a hurgar en esos estantes, en donde están partes de la vida de uno, … hecha jirones…”.

11- Me voy pensando, entonces, en compensar esta mala experiencia, pero ahora metiéndome en la librería de Eduardo Castro, una cuadra más abajo. Quizás encuentre algo que me reponga de la frustración… Pero en llegando, veo a lo lejos a una persona que suponía muerta desde hacía tiempo y me paralizo. Me niego a tener que tratar con un cadáver. No estoy para eso, y sigo adolorido mi camino, buscando un lugar dónde vaciar mi vejiga… Final de una hermosa mañana.

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*José Sant Roz

Director de Ensartaos.com.ve. Profesor de matemáticas en la Universidad de Los Andes (ULA). autor de más de veinte libros sobre política e historia.

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